Al terminar la lectura de El Código Da Vinci, te quedas con una imagen concreta, y no muy halagadora, de la Iglesia Católica Romana. De vez en cuando, la novela trata de cubrirse las espaldas afirmando que la Iglesia católica moderna no se implicaría en hechos tan viles mucho bien, a pesar de que ha hecho mucho mal. Y, además, al final se demuestra que los malos chicos católicos no eran tan malos chicos después de todo (excepto por los asesinatos), sino víctimas de las estratagemas de Teabing, al que descubrimos como el misterioso «Maestro» que pone a todo el mundo contra las cuerdas. Sin embargo, nada de todo ello puede rebajar el resultado global de la novela, en la que la Iglesia católica aparece como una institución monolítica y férreamente controlada, dedicada a propagar una ficción a un mundo que anhela ser libre. Esta imagen de la Iglesia católica no está ausente en la cultura popular ni se limita a la historia reciente. No hay más que acudir a la rica propaganda anticatólica, gráfica y verbal, del siglo XIX en América. Las mismas cosas, solo que en un lenguaje más florido y con una dureza más descarada cuando se dirigen contra el odiado clero. En primer lugar, no es una orden religiosa como los dominicos, benedictinos o los jesuitas. Cualquier monje que te encuentres por las calles de Roma pertenece a una orden religiosa y vive en monasterios o ermitas. Un «monje» es un hombre que se retira de la sociedad con objeto de entregarse a Dios a través de la oración. Las mujeres que adoptan el tipo de vida monástica se llaman «monjas».
El Opus Dei es una prelatura personal compuesta por laicos y sacerdotes. En el Opus Dei hay muchos más miembros seculares que clérigos, de acuerdo con el designio divino de su fundación en 1928. Solamente quince años después, se creó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que permitió la ordenación de sacerdotes en el Opus Dei.
En todo caso, los católicos romanos que lean El Código Da Vinci tendrían que sentirse halagados. Según el concepto de Brown sobre el pasado y el futuro, el cristianismo se ha encarnado exclusivamente en la Iglesia Católica Romana. En realidad, este no es el caso. Por ejemplo, la mayoría de los datos teológicos que hemos empleado en este libro –la formación del Canon, las discusiones sobre las naturalezas divina y humana de Jesús– están contenidos en Oriente y no en Occidente, e incluyen principalmente a obispos orientales. Las Iglesias Católica Oriental
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